Pocas ciudades en España han sufrido una metamorfosis tan profunda y satisfactoria en las dos últimas décadas como la capital de la Costa del Sol. Málaga ya no presume solamente de gozar todo el año de un clima mediterráneo o de ser la prima hermana fea de las cosmopolitas Marbella o Torremolinos.
Los florecientes encantos de la nueva Málaga se han fundido en perfecta armonía con aquellos tradicionales de la playa y la sombrilla para ofrecer a sus visitantes un cóctel interminable de posibilidades durante su estancia en esta vieja villa de origen fenicio que vio nacer, intramuros de su imponente Alcazaba, a Pablo Picasso o a los poetas Manuel Altolaguirre y Emilio Prados, integrantes de la afamada Generación del 27.
Ese profundo lavado de cara a todos los niveles (social, arquitectónico, tecnológico, cultural, económico), con el Ayuntamiento de Málaga como principal motor de impulsión, ha llegado en gran medida de la mano del deporte. Las HSBC Spain Sevens Series, organizadas por Kiwi House con el inestimable apoyo de la Junta de Andalucía, el consistorio local y el Club de Rugby Málaga, son el último eslabón de una larga lista de eventos internacionales multitudinarios que han tenido como anfitriona a una ciudad que ya no vive mirando permanentemente al mar y a sus kilométricas playas.
Málaga se ha transformado en una excitante urbe en la que los aficionados de los 19 países que compiten desde el viernes por embolsarse el primer torneo oficial de World Rugby organizado en España pueden disfrutar de una amplia y selecta oferta de ocio, gastronómica y cultural toda vez que abandonan el Ciudad de Málaga tras dejarse la garganta animando a sus respectivas selecciones.
Desde deleitarse con los tesoros de sus pujantes museos (Picasso, Thyssen, Pompidou, el Ruso…), su vetusta Catedral o el Teatro Romano; hacer una tournée por parajes de ensueño como el Caminito del Rey, Ronda o Frigiliana; sacarse la resaca en las remozadas playas del Rincón de la Victoria; hasta darse un garbeo por los emblemáticos barrios de La Trinidad, Huelin, La Malagueta o El Palo, donde la oferta de bares y chiringuitos en los que apretarse una pinta en condiciones o degustar un buen espeto de sardinas, una tapa de pescadito frito e incluso algún plato de cuchara, como el potaje, que tan bien sienta en esta época del año, satisface a los paladares más exigentes.
Y eso sin olvidar el corazón de la urbe, otrora sucia y vencida de la edad, hoy renacida como Ave Fénix por mor de una revolución termidoriana que ha puesto en valor sus viejos encantos, a los que están sucumbiendo estos días los valientes aficionados australianos, irlandeses, argentinos polacos, estadounidenses, ingleses, franceses, escoceses y, por supuesto, españoles que han decidido mirar de perfil a la maldita COVID para arropar a sus equipos nacionales en tan histórica cita.
La oferta gastronómica y de tardeo de la célebre calle Larios, con los helados artesanales de la centenaria Casa Mira marcando el paso antes de fintar hacia sus estrechas bocacalles, desde donde se meten de lleno en faena una vez alcanzan la calle Granada; calle Nueva; la Plaza de la Merced; calle Ancha del Carmen o el propio Mercado de Abastos, en el que los supporters del deporte del balón oval encuentran una amplia propuesta culinaria, así como locales After Hour con aroma internacional, ideales para montar el campamento y dar el pistoletazo de salida al Tercer Tiempo.
Gane o pierda su enseña sobre el verde del Ciudad de Málaga, resulta imperdonable dejar atrás la capital de la Costa del Sol sin probar los churros con chocolate de Casa Aranda; o en el extremo opuesto una sopita marinera en un entorno cinematográfico ‘a lo Banderas’, como es la Sala Premier. Y si se trata de olvidar cuanto antes un severo correctivo, nada como un buen vaso de Quitapenas, el icónico vino dulce local con el que celebrar la victoria final en las Sevens Series malagueñas podría llegar a ser el mayor error de sus vidas.