El cielo plomizo con el que abrió la mañana del domingo en Madrid difícilmente hacía presagiar el trasiego de acontecimientos que estaban al caer en el Central de la Universidad Complutense con motivo del España-Rumanía. Porque el emblemático coliseo de la Ciudad Universitaria fue un híbrido entre esas boticas decimonónicas en las que igual te vendían un frasco de yodo que unas frutas confitadas, y el famoso Puente de Carlos de Praga, donde en el mes de agosto te acabas encontrando a dos o tres conocidos cada vez que lo cruzas. No falla. Hagan la prueba y verán.
“El césped está perfecto. Lo único que pido es que no llueva ni una gota más. Y que salga el sol”. El día que Santi Santos decida pedir un tiempo muerto y colgar el chándal como seleccionador nacional de rugby, ya sabe que puede solicitar una plaza en el Instituto Nacional de Meteorología. El gran jefe del XV del León clavó con la precisión de un reloj suizo algo que ningún experto en la materia es capaz de predecir en tiempos de cambios climáticos, pandemias y calentamientos globales. El primer ensayo corrió de su cuenta. ¡Cómo se echa de menos a Mariano Medina!
No disponemos aún de un estudio empírico que lo certifique, pero existen fundadas sospechas de que la aparición estelar del añorado Lorenzo, que por cierto se pasó un ratito percutiendo con un comando de nubes con cara de póker llegadas directamente desde Los Cárpatos, fue consecuencia directa de los acordes lanzados al viento capitalino por los infantes de la banda de la Brigada Almogávares VI de Paracaidistas.
Realidad o ficción, lo que resulta de todo punto irrebatible es que los uniformados músicos de la BRIPAC tuvieron un efecto similar al del flautista de Hamelin, aunque en este caso atrayendo a cientos a los incondicionales del León con sus claros clarines y ese vigor contagioso de los ritmos marciales que acompasaban su marchar castrense.
En las gradas repletas estaban los de siempre, la bien avenida familia del rugby español que en cada envite del equipo de todos salta al verde con la 17 a la espalda y, de rato en rato, hace uso del comodín-ticket de birra para aclarar la garganta y seguir metiendo las gomas al XV forastero. Pero esta vez había más. Un pequeño grupo de rumanos, perfectamente distinguibles por sus zamarras amarillas, se dejó sentir al compás del himno patrio y poquito más. A los Robles les nubló la hojarasca roja desde bien prontito y apenas les dieron motivos para jalear su juego.
Tampoco faltaron banderas de Ucrania, esa heroica escuadra de la que todos nos hemos hecho un poco-mucho seguidores desde que el jueves pasado sufrieran una agresión sin balón desproporcionada por parte de Rusia. Un placaje directo al corazón de 41 millones de jugadores que, esperamos y deseamos, tenga más pronto que tarde una solución pacífica.
Hablando de política, cuando el oval estaba a puntito de empezar a girar sobre el césped hizo su aparición por la tribuna principal del Central la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso. Un poco más y se pierde el 50-22 sacrosanto que Manu Ordás dibujó con su lapicera diestra, a la sazón el toque de arrebato que desencadenó el recital de rugby-champán del XV hispano en el primer acto.
En realidad no fue su culpa que accediera al recinto académico con la hora pegada a… los talones. Los responsables fueron su popularidad, el cargo que ostenta y los dimes y diretes políticos de nuestros tiempos que le obligaron a frenar en seco su internada por el ala cerrado para atender al nutrido grupo de periodistas que bloqueaban la puerta de entrada al palco como si del pack rumano se tratara.
Con todo y con eso, el verdadero revuelo se preparó cuando ingresó al campo, en el descanso de la contienda, para felicitar a las Leonas, flamantes campeonas de Europa por novena vez en su historia, y tomarse la foto de rigor con la nutrida representación del equipo de Yunque que estaba dando una más que merecida vuelta de honor, trofeo en mano. Echamos especialmente en falta en ese paseíllo a Clara Piquero, a la que el viento de la desgracia frenó de mala manera su incontenible galope la tarde anterior en Las Terrazas, cebándose en su peroné. ¡Mucho ánimo y una pronta recuperación, Pife!
Acompañada del presidente de la FER, Alfonso Feijóo, y del rector de la Universidad Complutense, Joaquín Goyache, Isabel departió brevemente con Bimba, Patri, las Marías (Calvo y Losada), Iciar, Olivia, Lucía, Sidorella, Lourdes, Beth, Carmen, Mónica, Bruna, Zahía, Nuria y Claudia. A renglón seguido, atendió con su sempiterna sonrisa las peticiones de selfie de todos los ‘ayusers’ que pudo hasta que el trencilla escocés le mostró la cartulina amarilla y no le quedó más remedio que volverse al palco y seguir disfrutando del partidazo que se estaba marcando el XV del León.
Como en cada encuentro que entra en liza el combinado nacional desde aquel fatídico día de diciembre en Ámsterdam, Kawa Leauma fue el jugador número 16 a las órdenes de Santi Santos. De su presencia, limpiando un ruck o empujando la melé desde segunda línea, pudieron dar buena fe los Robles, que antes de sufrir una tala concienzuda por parte de nuestros hambrientos leones dignificaron los valores del deporte de la oval luciendo una camisola blanca, con la figura del eterno guerrero samoano, mientras sonaban los acordes del himno español.
‘UNIDOS EN RUGBY‘, rezaba el mensaje de la elástica, con el 5 a la espalda en homenaje al decimosexto internacional rojo. Al término del protocolo previo al arranque del choque, el capitán rumano, Mihai Macovei, y varios compañeros de armas buscaron a su homólogo español, Fernando López, para hacerle entrega de una réplica de la elástica con la que se disponían a jugar con el dorsal fetiche de Kawa grabado en el reverso.
El abrazo del alma entre los líderes de ambos equipos simbolizó la esencia de aquella célebre definición, un tanto envenenada, que hiciera del rugby Sir Winston Churchill: “Un deporte de hooligans, jugado por caballeros“. Porque de eso último versaba el gesto del XV rumano, de caballerosidad y de compartir lugares comunes que están muy por encima del resultado, de ganar o perder. “Y… eso es el rugby”, que diría Don Santiago Ovejero I de Sochi.
Los cuatro puntos conquistados valen un potosí que acortan un poquito más la distancia que hay en kilómetros entre la piel de toro y el poblado de Asterix. Así lo entendió un sector de ‘La 17’, que comenzó a corear el “nos vamos a París” durante la vuelta al ruedo de la cuadrilla del meteorólogo Santos.
Nada más soltar los trastos en el vestuario, Fer López tomó la palabra para advertir que de eso nada, que el pescado no está aún vendido y que todo el mundo vuelve a estar convocado en dos semanas. “El 13 de marzo nos jugamos la vida de vuelta contra Portugal. Ojalá sea un partido como el de hoy, que se nos den las cosas bien y podamos cerrar la clasificación para el Mundial”. Si lo dice el león Alfa, habrá que hacerle caso.
El fin de fiesta se pareció bastante al de los felices días de rugby prepandemia en el Central, donde en realidad nunca hizo falta oficializar el Tercer Tiempo porque ya se encargaban de improvisarlo escaleras arriba los del Bar Central. Eternos cómplices ‘at any time’ del alumnado durante la semana, tampoco fallan en las citaciones de Cisneros y de las Selecciones nacionales en los Match days. Y si es con sol, como frente a Rumanía, los tercios que suministran Víctor y compañía entran mejor. ¡Que se repita el guion contra Los Lobos! Mister, estamos en tus manos.