El Pica, decano de la Santboiana a los 91 años, celebró su octavo título de Liga

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Jaume Vilà Vidal (Sant Boi, 1931) lleva tatuado en la piel el ‘Ferro i Força’, esa bandera a modo de lema que los entrenadores primigenios del decano inculcaban a sus alumnos en el Camp del Riu, desaparecido hace ya demasiadas lunas. “Habéis de ser como el hierro, fuertes y resistentes, para practicar este deporte”. Sólo lamenta Jaume no haber nacido una década antes para haber coincidido con la fecha de fundación de su amada Unió Esportiva Santboiana, el club de rugby que se cruzó en su camino hace más de 70 años y que, con el tiempo, se convirtió en su pasión, en su modo de vida y en su hogar. 

El Pica, apelativo que le viene de su abuela y su famosa frase de “hay que picarla”, en referencia a la sal compactada que recibían en la masía, es el último eslabón viviente que conecta, cual túnel del tiempo, aquel azul cielo que se trajo de Francia para las primeras equipaciones el veterinario Baldiri Aleu, a la sazón padre de la criatura, y la escuadra que acaba de coronarse rey del rugby español por octava vez en su centenaria historia.   

Fotografía: Jaume Andreu

Mentar a Pica en el Bajo Llobregat es casi como hablar de Jonah Lomu en Nueva Zelanda o de Gareth Edwards en País de Gales. Jugador del Santboi entre 1954 y 1965, delegado durante tres décadas del equipo femenino, directivo y responsable del material de la primera plantilla masculina hasta que su cuerpo dijo basta, hace un par de años, Jaume no podía faltar a la cita del pasado domingo en el estadio que ayudó a construir en 1949, aunque entonces atendiera al nombre de Campo de Rugby Torre Figueres. 

Ramón y Marta Vilà Martí, sus hijos, lo han ido a buscar bien temprano a la masía donde habita porque Jaume no quería perderse detalle de una jornada que acabará haciéndose un hueco en el libro de oro de la Santboiana, en el que el propio Pica tiene desde hace rato reservado un apartado especial como empleado y seguidor más longevo del club, además de un habitáculo con su apodo dentro del propio estadio (Sala Pica). 

“Lo traemos cuando hay partido. Siempre quiere estar al lado del equipo. Los jugadores son como sus hijos, por eso siguió haciendo labores de utillero hasta los 89 años, por estar cerca de ellos, del césped, del rugby. Todo esto es su vida. Por desgracia, la edad te acaba pasando factura y hace dos años tuvo que decir basta. Ya no puede hacer lo de antes. Ahora le cuesta caminar, pero si la salud no se lo impide, quiere estar siempre cerca del equipo y sentir el cariño de la afición”, comenta Ramón, su hijo, porque a Pica, con la emoción aún incrustada en plena laringe, le cuesta articular en palabras sus sentimientos después de haber visto a los chicos de Sergi Guerrero traer de vuelta la Liga DH a la localidad de Sant Boi. 

El Pica, junto a sus hijos, Marta y Ramón, y Albert Malo, leyenda de la Santboiana y del XV del León.

La pandemia tuvo contra las cuerdas a Jaume, quien por su delicada salud permaneció confinado durante varios meses en su masía, circunstancia que le impidió por un largo período ocupar los días de partido la silla que tiene reservada en el túnel de vestuarios o acudir a esas cenas de veteranos que tanto le encienden el ánimo, retrocediendo en el tiempo con viejos camaradas del oval para recordar anécdotas y múltiples vivencias. “Han sido unos años complicados, estos últimos, para todos. Pero especialmente para la gente mayor como él, que se ha visto privada de su día a día durante mucho más tiempo que el resto. Por suerte, la situación empieza a ser otra vez normal y mi padre ha podido volver al Baldiri, que es donde más feliz se siente”. Por no hablar de una solemne promesa que ha podido cumplir. “Dijo que no se podía morir antes del centenario del club”. 

No es de extrañar porque no hay persona vinculada a la Santboiana, desde la presidenta, Aurora Bravo, pasando por su directiva, jugadores y jugadoras del club, leyendas como el ex León Albert Malo, aficionados y hasta los rivales que rinden visita al feudo barcelonés, que no se detenga ante la ilustre figura de Pica y se incline para saludarle, interesarse por su salud y desearle una larga vida que le permita seguir entregando, en el arranque de cada nueva temporada, las camisetas de juego a los integrantes del primer equipo. Una tradición que, como casi todo lo que pasa en el Baldiri, lleva impresa el legado romántico de su visionario fundador.

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