“”Hasta que no pite el árbitro el final, no hay que dar un balón por perdido. Hay que luchar hasta el final. De rendirse, nada. Mira por tus compañeros también”. Eso es lo que me decía mi entrenador de rugby en Granada. Y gracias a esa frase y filosofía es por lo que no abrí la ventana y salté por ella cuando toqué fondo”. Sergio Cámara (Granada, 1969) es un vendedor de la ONCE en la localidad gaditana de San Fernando que se dedica a repartir ‘ganas de vivir’, además de suerte con sus cupones.
En 2005, trabajando en telecomunicaciones, por un accidente laboral se le salió el disco de la columna y, tras una operación, se quedó con una discapacidad que le obligó a renunciar a su anterior empleo y comenzó a trabajar en la ONCE. Su vida cambió y, sin poder realizar el deporte al que estaba habituado, comenzó a coger kilos hasta que en 2018 se puso en 163 kilos (con 175 cm de altura). Eligió la bicicleta para tratar de frenar ese ascenso en la báscula y “en la primera semana que llevaba con ella, un coche se saltó un stop y me atropelló, saltando la rótula, dejándome inmóvil el tobillo izquierdo”, comenta Sergio. Más operaciones, rehabilitaciones y, como incide él mismo “toqué fondo. No podía ni atarme los cordones y me dije que ponía solución o me quitaba de en medio, porque no podía suponer una carga para mi mujer ni para nadie”.
Repite que “la fortaleza mental para cambiar mi vida me la dio el rugby”. Jugó en el Universidad de Granada, en el Costa de Calvia (Palma de Mallorca) y llegó a formar parte de la Selección Balears. Luego llegó un accidente, después otro y su vida comenzó a ser, aparentemente, más compleja que la de los demás.
“Pero todo está en la mente. ¿Quién dice que no se pueden hacer cosas? ¿Cuántas veces se dice que hay cosas difíciles y, en realidad, no lo son?”, comenta este rugbier. Así que en mitad de ese valle, “cuando en 2019 estaba sumido en una profunda depresión, que luego se vio acompañada por la pandemia, le dije a mi mujer que me iba a cruzar España en bicicleta y a perder 50 kilos”.
Y sin GPS, realizó un San Fernando – Santiago de Compostela, y posteriormente un San Fernando – Bilbao, culminando su gesta ascendiendo al Monte Oiz. “Allí me acompañó en el tramo final un ciclista profesional, y me acuerdo que me dijo: “Qué lección me estás dando”. Y ya para mí, que diga eso una persona, ya me merece la pena”.
Con estos dos retos de cruzar España, Sergio se ha dado cuenta de que “hay que saber valorar bien qué es lo importante en la vida. Nadie te va a recordar por tener un buen coche o una buena casa, pero sí por ayudar a otras personas. Mi concepto del dinero cambió. Actualmente vivo prácticamente al día como vendedor de la ONCE y me gasto el dinero de las vacaciones y las pagas extras en hacer estos retos, porque las bicicletas se rompen, hay que pagar alojamientos… No obstante, si cruzar España sirve para ayudar a una persona, ya me habrá merecido la pena”.
“Y no sé si todo esto hubiera ocurrido si no me hubiera cruzado con el rugby. Lo que está claro que sin haber montado mucho en bici, si me pude hacer en 11 días -y sin GPS, repito-, 1.350 kilómetros, con un desnivel de 27.000 metros… Es que puedo ser -yo y cualquiera- capaz de plantearse cualquier reto. La vida es mucho más de lo que nos sucede día a día”, reflexiona este andaluz de 53 años.
Ahora, en mayo, tiene en la cabeza el San Fernando – Delta del Ebro. Pero aquí el problema es el peligro de conducir por carretera, algo que él ha sufrido en sus propias carnes. Para ello se está sumando gente de diferentes sitios de España y cuando acabe quiere seguir expresando sus ‘ganas de vivir’ a través de un libro y con 21 retos (más pequeños) dedicados a visibilizar las enfermedades raras. Este es el granito de arena de Sergio Cámara a la sociedad, cuya fuerza mental nació de aquella consigna de su entrenador de rugby en Granada: “Prohibido rendirse hasta que no pite el árbitro”.